Pasó una semana antes de que decidiera ponerme a leer los documentos de mi padre. Por aquel entonces, a mis 25 años, trabajaba a media jornada en un periódico local. Pero sin el apoyo económico de mis padres, me vi obligada a quedarme muchas tardes en la redacción a hacer horas extras.
Sevilla era la ciudad natal de mi padre. De chica viajé un par de veces allí para visitar a mis abuelos. Pero desde que éstos se murieron, no había vuelto al sur. Mi padre se marchó de Sevilla cuando era joven en busca de trabajo. Al final acabó en Madrid trabajando en un centro arqueológico. Allí conoció a mi madre y, aquella ciudad que se antojaba como un lugar de tránsito en su vida, se tornó en su residencia hasta el día de su muerte. La hermana de mi padre también se mudó allí tras la muerte de sus padres, porque decía que se sentía sola. Pero mi padre siempre añoró Sevilla. No le gustaba hablar de ello cuando mi madre estaba delante, porque ella se entristecía y él no quería que se sintiera culpable. Pero a mi siempre me contaba historias de Sevilla y su niñez. Y yo, aunque sólo había estado en Sevilla en un par de ocasiones y hacía muchos años, me sabía el nombre de sus calles de memoria: Sierpes, Tetuán, Feria, Baños, San Fernando...
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